EL SENTIDO MÁS NOBLE
DE LA POLÍTICA
POR: José Esquivel
En estos últimos tiempos muchos hablan de
política ya sea a favor o en contra y se olvidan como dijera Enrique Dussel que
“El noble oficio de la política es una tarea patriótica, comunitaria, apasionante”, en este
contexto considerar a los de abajo, a la comunidad política nacional, al pueblo
de los pobres, oprimidos y excluidos, es tarea que cuenta con poca prensa y
prestigio.
El siglo XXI exige gran creatividad, una
“revolución cultural” capaz de encaminar a los pueblos hacia la reconquista de
sus propios recursos, recursos que han sido entregados por la poca voluntad de
los ciudadanos a los grandes monopolios de la política.
Es la hora de los pueblos, de los originarios y
los excluidos. La política consiste en tener “cada mañana un oído de
discípulo”, para que los que “mandan manden obedeciendo”, porque aquel que no
es capaz de obedecer es incapaz al momento de gobernar.
Hay que entender que los pueblos no actúan como
sujetos puros, sino como bloques contradictorios, que frecuentemente en la
historia traicionan sus reivindicaciones más profundas, donde lo político como
tal se corrompe como totalidad, distorsionando su función esencial.
La corrupción originaria de lo político, es
llamada “fetichismo del poder”, consiste en que el actor político cree poder
afirmar a su propia subjetividad o a la institución como la sede o la fuente
del poder político.
Todo ejercicio del poder, tiene como referencia
primera y última al poder de la comunidad política. El no referir, el aislar,
el cortar la relación del ejercicio delegado del poder absolutiza, fetichiza,
corrompe el ejercicio del poder del representante en cualquier función. El
representante corrompido puede usar un poder fetichizado por el simple placer
de ejercer su voluntad. Así, toda lucha por los propios intereses de un
individuo de una élite, de una “tribu” es corrupción política, donde cada sujeto,
como actor es un agente que se define en relación a los otros.
El fetichismo en política tiene que ver con la absolutización
de la “voluntad”, “así lo quiero, así lo ordeno; es el fundamento. El
fetichismo comienza por el envilecimiento subjetivo del representante del ejercicio omnipotente del poder fetichizado
sobre los ciudadanos. Expropia a la comunidad, al pueblo, su poder originario y
después proclama servirlo. Son gobernantes despóticos hacia abajo y sumisos y
viles hacia arriba. El poder fetichizado es esencialmente antidemocrático, se
autofundamenta en su propia voluntad. Tanto los políticos como sus partidos se
han corrompido, porque han olvidado su responsabilidad “servir” al pueblo que
les dio el poder. El fetichismo institucional es un apegarse a la institución
como si fuera un fin en sí, olvidando que la política debe conducir al bien
común.
El pueblo desconfía de candidatos o autoridades
cuya coherencia muestra contradicciones. Su voluntad de vivir ha sido negada
por la voluntad de poder de los poderosos y aquí y en muchas partes del mundo,
el que nada tiene que perder es el único absolutamente libre ante el futuro.
Se dice que la democracia es el poder del pueblo,
pero el pueblo, es ignorado, no existe, tiene que reclamar, salir a las calles,
encadenarse, muchas veces causar desmanes para que recién su voz sea escuchada,
y como siempre esa clase política se olvida que “La tierra es para los que
trabajan con sus manos” como lo dijo el político Emiliano Zapata.
En pleno siglo XXI, no se puede ser cómplices de
la dominación política que, en vez de ser obediente delegado del pueblo se ha
convertido en despótico.
La política, siendo la voluntad de vivir, debe
intentar por todos sus medios permitir a todos que vivan bien, la gente no
puede, ni debe seguir sobreviviendo entre la miseria y el abandono.
La política, en su sentido más noble, tiene la responsabilidad
por la vida en primer lugar de los más pobres. Los pueblos que han sabido darse
esos políticos ejemplares han podido vencer las dificultades. Los que han
tenido políticos corruptos, egoístas, de horizontes mezquinos han pasado
amargos momentos y hasta han desaparecido, y quizás eso nos espera como país si
seguimos aletargados conformándonos con la miseria.
En la subesfera cultural de la política, hay que
superar el “eurocentrismo de la modernidad colonialista”, por la afirmación de la
multiculturalidad dentro de la población de un sistema político nacional, donde
no se luche por la inclusión sino por la transformación. El político honesto no
puede ser perfectamente justo, la perfección es propia de los dioses, imposible
para la condición humana, pero por lo menos debe hacer el esfuerzo.
… La gran preocupación que debe guiarnos al
elegir una profesión debe ser la de servir al bien de la humanidad [...] Los
más grandes hombres de los que nos habla la historia son aquellos que laborando
por el bien general han sabido ennoblecerse a sí mismos [...ya] que el hombre
más feliz es el que ha sabido hacer felices a los demás, y la misma religión
enseña que el ideal al que todos aspiran es el de sacrificarse por la humanidad,
Marx (1956).
En América Latina (desde 1983) se tiene una
“clase política” que frecuentemente se corrompe, esto debe llevarnos a ir
formulando un nuevo “paradigma” o un “modelo” de amplia participación, de
hegemonía popular, de identidad nacional de defensa de los intereses económicos de los
más débiles (reivindicaciones que son imposibles de ser cumplidas por un
capitalismo neoliberal de estrategia globalizadora) de renovada eficiencia
administrativa en nuevas constituciones que permitan nuevas estructuras de un
Estado transformado. Cuando el partido se corrompe, el sistema político como
totalidad se corrompe.
Como lo dijo Gramsci (1981) “El político
liberador, el intelectual, es más un promotor, un organizador, una luz que
ilumina un camino que el pueblo en su caminar construye, despliega, perfecciona”.
Siendo así, el liderazgo político es servicio, obediencia, coherencia,
inteligencia, disciplina, entrega. Por desgracia los partidos políticos en
América Latina, desde 1983, ejercen monopólicamente el poder. Estos partidos son
solo maquinarias electorales.
La “transformación” política significa, un cambio
en el sistema político, como respuesta a las interpelaciones nuevas de los
oprimidos o excluidos. Señores, ¡Las generaciones futuras nos pedirán cuenta! Urge
la recuperación de la afirmación de la propia dignidad, la propia cultura, la
lengua, la religión, los valores éticos. La relación respetuosa con la
naturaleza, se opone al ideal político liberal de un igualitarismo del
ciudadano homogéneo. Finalmente hay que recordar que la impunidad es un debilitamiento
del poder del pueblo, porque es en su nombre que debe aplicarse la ley y se
debe castigar la injusticia.
REFERENCIAS
Dussel, Enrique, 1977, Filosofía de la liberación, México,
Edicoil.
Dussel, Enrique, 1990, El último Marx, México, Siglo XXI.
Dussel, Enrique, 1998, Etica de la liberación, Madrid, Trotta.
Dussel, Enrique, 2001, Hacia una filosofía política crítica, Bilbao,
Desclée de Brouwer.
Fichte, Johan Gottlieb 1991, El Estado comercial cerrado, Madrid,
Tecnos.
Hinkelammert, F.-H. Mora, 2005, Hacia una economía para la vida, San José
(C. Rica), DEI

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